Ir al cine solo

sábado, 2 de mayo de 2015

 

Recuerdo perfectamente la primera vez que fuí al cine solo, sin compañía. Fué en agosto del año 2000, en los cines de Méndez Álvaro, si no me falla la memoria era el primer verano que me quedaba sólo en casa con la excusa de haber encontrado un "trabajo" (repartidor de propaganda, que aguanté dos semanas) mientras mis padres se iban de vacaciones con mi hermana no se muy bien donde.

Alguno se preguntará porqué recuerdo tan perfectamente aquel momento, si realmente ir al cine solo no tiene mayor misterio que coger, sacar una entrada, ir a ver la peli, y salir, sin mas. Pues lo recuerdo tan nítidamente porque aquel fué el momento en que empecé a tomar conciencia de que yo, cuanto menos, no era heterosexual. La película era Krampack



Yo nunca fuí un adolescente "común". Ya en el colegio tuve ciertos problemas por no hacer lo que hacían los demás. Yo era de esos que, si todos decían blanco, yo decía negro, no por llevar la contraria, sino porque de mi opinión no me apeaba. Y como no fuí un adolescente común, no tuve una adolescencia común, no hubo discotecas, ni fiestas, ni alcohol ni ligoteos. De hecho no hubo en mi tiempo libre nada mas que no fueran trenes y fotos. Por eso, por el hecho de no haber crecido de una manera mas o menos "común" este tipo de películas de vivencias adolescentes siempre me llamó la atención. Cuando ví el cartel de Krampack en el metro, en los autobuses, me llamó la atención que la protagonizasen aquellos dos chavales y después de leer críticas en el periódico (el "Madrid y Mas", qué recuerdos), cuando pude sacar tiempo me decidí a ir a verla.



Realmente no sabría decir si aquello me cambió en algo o no. Bueno, realmente sí. Los chavales de mi generación, o al menos yo, crecimos con escasos referentes acerca de la homosexualidad que no fueran algo mas que locas, travestís, o muerte por sida. Siempre suelo hacer la coña de que lo único que yo conocía acerca de maricones era que Paco Clavel era uno de ellos (para quien no lo conozca, que lo busque en google). Así que, cuanto menos, aquel dia me fuí a casa con la idea de que si me llamaba la atención algún tío, tampoco iba a ser tan malo.

A pesar de todo esto, no recuerdo que durante aquellos años tuviera ningún tipo de atracción hacia algún chico. Y hacia alguna chica sólo tengo claros dos casos, el de Carol, que era una piva de la clase de al lado que me gustaba desde el colegio y a la que con el paso del tiempo perdí la pista, y el de Gloria, que conocí en el bachillerato, y a la que también perdí la pista al poco cuando me pasé a la formación profesional. Y eso que en esa época tenía dieciocho años, cuando se supone que están las hormonas a tope. Pero hago memoria y no consigo recordar ningún tío que me llamase la atención o con el que tuviera un feeling especial aparte de mis amigos.

El tiempo pasó y el verano siguiente volví a ir al cine solo. La película en esta ocasión tenía un contenido homosexual mas directo. Se llamaba "El despertar de la inocencia" y sólo se proyectaba en un cine en todo Madrid, cine que por cierto hoy ha desaparecido, el Cine "Madrid" en la plaza del Carmen.



Después de aquella tarde sí que estaba convencido de que había perdido mi adolescencia inútilmente. Y eso que mi primer rollo aún tardó un tiempo en llegar, pero a esas alturas ya lo iba teniendo mas asumido, a pesar de lo cual cuando empecé a mostrar a mis amigos que estaba saliendo con un chico, siempre con aquello de "no si a mi me gustan las tías, pero también me gusta fulano". Después viene la fase de me gustan las dos cosas. Y acabas con la de maricón perdido. Efectivamente, como Paco Clavel. Pero nunca me gustaron las etiquetas, y de hecho creo que la mayor contribución que podemos hacer para la normalización es precisamente esa, quitarnos las etiquetas. Somos personas que nos enamoramos de personas. Sin mas.


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