Amelie y las canicas (Domingo, 10 Junio 2007)

viernes, 19 de octubre de 2012

 

El viernes vi "Amelie", una peli que me habían recomendado muchas veces (y desde hace mucho) y que por una razón u otra nunca había visto. Y la verdad que sí, que me ha gustado, y eso que yo no soy muy amante de las cosas francesas, pero la peli desde luego es una pasada, de principio a fín. Y en la escena en que el joven Bretodó (no se si se escribirá así) gana todas las canicas de sus compañeros de clase, me acorde de ellas: las canicas. ¿Cuanto tiempo hace que no tengo una canica en mis manos? ¿Años?

Recuerdo perfectamente que tengo en casa una bolsa de plástico llena de canicas, y una de ellas, lo que hoy llamaríamos tamaño XXL, es decir, muy grande. Me acuerdo de las caprichosas formas de los colores en su interior, su tacto, su sonido al chocar entre ellas. ¿Cómo se jugaba? Pues... no lo recuerdo.

Hoy las canicas han pasado al recuerdo. Y recuerdo, que hace un año y poco, que Marcos y yo nos encontramos en un parque, entre la parada de Metro de Canillejas y la M-40 (en nuestra búsqueda desesperada de viejos carriles tranviarios y que, en aquel caso, a pesar del chivatazo, no dio frutos) a dos o tres chavales de ocho o diez años... ¡jugando en la arena! ¿Cuanto hacía que no veíamos a un niño jugando en la arena? También años. Cómo cambian los tiempos. ¿Qué habrá sido de los fabricantes de canicas? Y lo que es mejor, ¿quién fabricaba las canicas? Enigmas que quedarán sin resolver...

En cambio, sí podríamos seguir jugando a las chapas, otro juego extinguido completamente. Recuerdo sus dos "modalidades": futbolística y ciclísta. La primera a mi nunca me gustó, porque nunca me gustó el futbol. Y el caso es que tampoco me apasionaban este tipo de juegos colectivos, De pequeño era un poco autista la verdad, iba a mi bola, a lo mejor por eso salí "así de raro" o me venia de serie, no se. Creo que uno es como es y punto, sobretodo de pequeño. Ya de mayores podemos cambiar nuestra actitud y nuestra forma de ser en función de los palos que nos da la vida.

Volviendo a Amelie, me fascinan los ojos negros de la protagonista. Parecen, precisamente, dos canicas negras. Como Juan Carlos, un chico que conocí aquí en Málaga, que tenía los ojos muy negros. Muy majo, solo tenia un problema: era drogadicto. Y a la gente no le gusta denominarlos así, porque drogadicto suena a heroinómano, Barranquillas, etc... pero el que esnifa cocaína, además de cocainómano, es un drogadicto.

La "normalización" (palabra que tanto gusta en el mundo de la reivindicación homosexual) de las drogas no me gusta, y hay un importante sector precisamente del mundo homosexual que parece interesado en hacerlo. Para mí, como para la mayoría de los mortales, esnifar coca, fumarse un porro, o mojar el dedo en anestesia de caballo y chuparlo después, no es algo normal, aunque haya gente a la que sí le parezca normal ésto, todos los días, los fines de semana o cuando le viene en gana.

En el número de "Zero" de hace un par de meses, se acompañaba la revista con un especial de salud y belleza, y en dicho especial se normalizaba el consumo de drogas como una actividad más del mundo homosexual: el que sale de noche, se pone de coca hasta las cejas, y eso después pasa mas o menos factura, y para que no pase factura en nuestro cuerpo hay que echarse tal o cual crema. Lo peor de todo es que dicha referencia a las drogas se hacía no una ni dos veces, sino a lo largo de toda la revista. Y a mi sinceramente, esto no me parece mal, me parece fatal (y que conste que no me paga la agencia antidroga ni nada del estilo, es una opinión propia)

Leí un libro, ganador del último premio Odisea, que se titula "Cruzando el límite", y la verdad, no se cómo ha podido ganar ese libro. Cuando al ir a comprar otro título, el dependiente me preguntó qué me había parecido, le dije tajantemente: "Uno termina harto de drogas". Porque su protagonista.... En fin. No me extenderé. Lo mejor del libro es que la conclusión de porqué la gente se droga es que son unos infelices, y lo único que les hace olvidar su infelicidad es drogarse. Y creo que tiene razón.

Lucia Etxebarría, en su libro "Ya no sufro por amor", dice algo con lo que también estoy de acuerdo: El adicto tiene un gran poder de seducción, porque siempre está de buen humor, y porque la sociedad es cada vez mas tolerante con el consumo de estas sustancias. Un cocainómano se ve como un triunfador social, un alcohólico como un tío supersimpático, y un porrero como un tío superbuenrollo. Y no nos confundamos: son enfermos que nunca dejarán su adicción, salvo honrosas excepciones.

Tras este tremendo sermón de padre, que llevaba mucho tiempo queriendo escribir, dos consejos: No os droguéis y ver "Amelie".


0 comentarios: