La cordura

sábado, 19 de junio de 2010

 

Aquella tarde oscura no hacia demasiado frio para ser pleno invierno. Habia pasado la tarde subiendo y bajando de Alfama a Chiado en uno u otro "amarelo", el caso era montar. Las luces amarillas que alumbraban el interior del tranvia reducían su intensidad cada vez que el motorista arrancaba en los semáforos o en las paradas, y hacía sonar insistentemente su característica campana mientras bajaba a toda mecha desde Bica hacia Estrela.

Cuando ya había perdido completamente la cuenta de la de vueltas y fotos que llevaba, decidí regresar a mi habitación en el albergue de Pragal. Lo que más me fastidiaba del viaje de regreso era que, aunque viera pasar por encima de mi cabeza los trenes que tenía que coger, para llegar desde Santo Amaro hasta la parada del suburbano mas próxima tenia que hacer mil transbordos. Como no quedaba mas opcion, el dieciocho me llevó con su rítmico traqueteo hasta Cais do Sodré, donde tomé el metro.

Después de un rato de viaje en Metro, hice el último transbordo para coger por fin el suburbano, que por cierto, es el tren mas puntual que haya conocido nunca. A ciertas horas la afluencia de viajeros se reducia considerablemente, pero a pesar de todo seguía teniendo una frecuencia razonable. Siempre que tomaba aquel tren me surgía la duda de si subirme al piso de arriba, o quedarme en el de abajo. Aquel dia decidí subir al de arriba, porque me daba la sensación de que podría ver algo mas al paso por el puente que si me quedaba abajo.

La salida de Campolide siempre me resultó emocionante porque es el inicio del camino hacia el puente del 25 de Abril, una obra de ingeniería que me asombra y me fascina una y otra vez. El recorrido ya me lo sabía de memoria, a medio camino entre Campolide y Alvito, siempre se para la climatización del tren por una zona neutra de la catenaria. Si en ese momento miras por la ventana de la izquierda, ves perfectamente la ligera "S" que describe el tren hasta colocarse bajo la autovía y cruzar el Tajo entre hierros rojos, pero de noche siempre destaca mucho mas la espectacular iluminación del puente.

Aquel dia un chaval unos años mas joven que yo, y que se sentó enfrente, distrajo mi atención y me hipnotizó con unos ojos verdes que se afanaban en leer una y otra linea de un libro que llevaba abierto en sus manos. De vez en cuando dejaba entrever una sonrisa o mordía su labio inferior con los dientes seguramente impaciente por el desenlace de los acontecimientos que su lectura le brindaba. Observando anonadado su imberbe rostro, casi olvido mirar abajo al paso por Santo Amaro, donde veo un tranvia-vagoneta que parece a punto de salir a trabajar, pues tiene todas sus luces encendidas y algun operario a su alrededor. El tren avanza con su ruido de hierros y la tierra desaparece bajo nuestros pies, mostrando en el agua el reflejo de algunas de las muchas luces que adornan esta ciudad de la que estoy perdidamente enamorado.

Cuando la travesía sobre el Tajo termina, la megafonía anuncia que llegamos a mi parada. Mi admirado yogurín se levanta y se dirige a la puerta, y yo le persigo con miradas descaradas esperando a que se fije en mí, pero sigue a su lectura. El tren se detiene y el pulsador de la puerta cambia su color rojo a verde, invitándonos a apretarlo y salir del tren. Mi lisboeta imberbe lo pulsa, guarda el libro, y avanza por el andén rumbo a las escaleras mecánicas. Yo le sigo cual loco hipnotizado esperando tan solo una mirada que me dé alguna esperanza. Pero él sigue su camino. Avanza por el vestíbulo de la estación y sale por una estrecha salida que conduce a unas escaleras mecánicas. Sigo sus pasos pero observo con gran decepción que sube hacia la parada de autobuses, mientras que a mi me espera mi coche en el nivel inferior.

Bajo las escaleras buscando mi vehículo y cuando me dirijo a él me detiene un cartel: Av. José Saramago. Pienso para mi que cómo no van a dedicarle en Almada una avenida al portugués mas ilustre que conocemos. Además es un tio que me cae bien y que da un poquito de cordura a éste mundo que últimamente parece demasiado loco y que, a mi, me tiene un poco perdido.

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