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sábado, 31 de octubre de 2009

 

El Jueves por la noche volví en un viaje relámpago de trabajo a Antequera. Llegamos a la estación un poco mas tarde de lo que esperaba, eran mas de las tres de la mañana, así que mi idea de llegar para tomar algo en el Stadium se esfumó. Por la mañana desayunamos y dimos un par de vueltas por el centro antes de volver a la estación para coger el Ave que nos devolvía a Madrid.

Y fué al pasar por calles por donde tantas y tantas veces pasé en otro tiempo no tan lejano cuando me entró una gran añoranza de mi anterior vida en Campillos. Me he vuelto un acomodado, ciertamente, y en lugar de viajar al menos una vez al mes por allí, que es lo que debiera hacer, porque me lo pide el cuerpo, termino pasando los fines de semana muertos en casa sin hacer nada en especial, y es en ocasiones como éstas cuando me tiro de los pelos y me pregunto porqué no viajo mas.

Pero, en cualquier caso, siempre que voy por allí me acuerdo mucho de él, y como no podía ser menos le avisé de mi pequeña incursión en su pueblo, a pesar de que las pocas horas que iba a estar allí fueran insuficientes para vernos aunque fuera un rato. Y, lógicamente, no pudo ser, así que me volví a casa con el recuerdo de nuestros últimos dias juntos y la añoranza de un tiempo pasado que, cuanto menos, en el aspecto sentimental, lo recuerdo mejor.

2 comentarios:

Adrianos dijo...

conservar los recuerdos y volver a los viejos yogurines suele ser tierno y bueno (a veces y con medida...) pero manteniendo la vista fija hacia adelante ¿eh?... que tienes un nueva vida que construir por estos lares...

Anónimo dijo...

Es curioso como un lugar nos puedes traer tantos recuerdos, ¿verdad?.

Un beso cielo