Agradecido

miércoles, 15 de mayo de 2013

 

Creo que prácticamente todos los días, mientras estoy trabajando, en algún instante, me viene a la mente lo afortunado que soy de trabajar en lo que siempre he querido y de disfrutar como disfruto de mi trabajo. Hay ocasiones en que comento con alguien "el día tal me lo pasé genial", y claro, me suelen mirar con cara de póquer porque es cuanto menos una afirmación un tanto excepcional.

Jamás podía imaginar, ni en el mas remoto de los sueños de mi infancia, que "equis" años después acabaría haciendo kilómetros y kilómetros conduciendo trenes. Nunca he sabido muy bien de donde viene ésto, porque en mi familia no hay ningún ferroviario, aunque sí que tengo muy claro que, desde los mas antiguos recuerdos que mi memoria conserva, los trenes, metros, coches, autobuses, y maquinaria en general me llamaban poderosamente la atención.

Como he dicho ántes, todo cacharro que se moviera me llamaba la atención. Aquí tenemos a un "little Mario" subido en una apisonadora que estaba construyendo la circunvalación de Fuenlabrada. Para el que lo conozca, ésta foto está tomada enfrente de la Piscina Municipal. 
Recuerdo, por ejemplo, siendo muy muy pequeño (¿5? ¿6 años?) que mi padre acudía con cierta frecuencia a un taller o desguace, no lo tengo muy claro, en Alcorcón, junto a la estación de San José de Valderas, y en la pared de dicho lugar, por lo alto, transitaba (y transita) la línea de cercanías de Móstoles. Yo allí disfrutaba de lo lindo "poniendome a los mandos" de un desvencijado dumper de obra que ni funcionaba ni nada, pero yo moviendo todas aquellas palancas, pisando los pedales, y de vez en cuando viendo pasar alguna 440 azul en su trasiego monótono entre Móstoles y Laguna, era muy feliz.

Mis recuerdos ferroviarios de la infancia tienen tres raíces fundamentales: El Metro, la propia línea de tren que pasa por Fuenlabrada, y nuevamente la línea de Móstoles y las 440 azules. Mis recuerdos del Metro vienen de los viajes desde Fuenlabrada a Carabanchel, mi barrio adoptivo y donde vivían mis abuelos. Casi todos los fines de semana, antes de que naciera mi hermana (incluso bastante tiempo después) era habitual que mis abuelos me recogiesen tras salir del cole el viernes, pasara el fin de semana con ellos, y el domingo mis padres fuesen a recogerme. Aquellos viajes durante algun tiempo eran a bordo del 127 rojo de mi abuelo, pero después lo normal es que fuese en autobús hasta Aluche y desde allí en Metro.

De aquellos viajes por el suburbano, durante tantos años montando siempre en los trenes de la serie 1000, hay "flashes" de ciertos detalles que me llamaban la atención y que, con los años, fuí descubriendo el porqué. Por ejemplo, recuerdo que, en ocasiones, nos montábamos en un coche que parecía mucho mas moderno de lo habitual, con puertas de acero inoxidable, sin apenas ruido, y lo que me frustraba mas: que por las rendijas de las puertas ¡no se podía ver la via!. Otros detalles que jamás podré olvidar son los espacios para el empleado que abría y cerraba las puertas con un curioso artilugio cuyas siglas tampoco puedo olvidar: MANISAN.
El famoso "Manisan" que utilizaban los operarios que se encargaban de la apertura y cierre de puertas
Los sábados en muchas ocasiones me iba con mis abuelos a la Casa de Campo, al Lago o al Parque de Atracciones, y aquello llevaba consigo... ¡montar más en Metro!. El obligado transbordo a la Línea 10 en Aluche me fascinaba, tanto o mas que los peculiares colores azules y grises de aquellos trenes 300. Recuerdo también montar de vez en cuando en los trenes 300 de primera serie, que se me antojaban mucho mas ruidosos que sus sucesores, y que un día, sin pena ni gloria, dejaron de circular para desgracia del que escribe estas líneas.

Por último, la línea de Móstoles también está presente porque, en otras ocasiones, mi abuela me llevaba a El Soto, donde vivían mis tíos, y aquellos viajes, con billete combinado, eran simplemente fabulosos. El olor a creosota de las estaciones, los asientos de skay, la calefacción a tope, son señas de identidad propia de una época que pasó y que ya no volverá.

Después de haberme puesto en modo "abuelo cebolleta" contando mis recuerdos NO TAN LEJANOS, voy a ir terminando porque es mi hora de dormir después de haber estado toda la noche trabajando. Hoy la culpable de mi diversión en el trabajo ha sido la 269.755, casualmente (o no) es mi subserie favorita de locomotoras 269 ya que, al tener una transmisión de 120 km/h, el freno eléctrico a 100 es muy eficiente y permite hacer una conducción del tren sin tener que "tirar" de freno neumático, una "cultura" que nos inculcaron a fuego durante mi etapa en la empresa privada (porque evidentemente, se ahorran mucho mucho dinero en zapatas de freno), pero que en mi actual empresa no está muy presente, lo cual no deja de ser una lástima. Y, aunque ya no sea una cuestión de ahorro o no (porque las zapatas que yo ahorre, ya vendrá otro que las gaste), para mí es también una cuestión de confort de marcha, facilidad de regulación de la frenada, etc...

La 269.755, responsable de que esta noche me lo haya pasado pipa conduciéndola 
En resumidas cuentas, parece mentira que unas máquinas que, con un nulo o casi nulo mantenimiento, sucias, roñosas, y en ocasiones "porculeras" por las averías e incidencias que ocurren durante el camino, sigan dando guerra día tras día y, en ocasiones como hoy, puedan darme la satisfacción que me da conducirlas y "estrujarlas" todo su potencial.

Ya es Miércoles quince de Mayo, son las nueve menos cuarto de la mañana y en Tarragona tenemos una temperatura de diecisiete grados. El cielo está encapotado y amenaza con llover.

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